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Nos fundimos en un abrazo. Y casi no queríamos creer lo que veíamos. Pararon las aspas del motor. Bajaron el piloto y dos señores más. Saludos emocionados y explicaciones. No nos habían olvidado. Le habían asignado un programa intenso de vuelos y ningún día le quedaba tiempo para venir a recogernos. Hasta que, por encima de su jefe, que no entendía por qué habíamos entrado hasta allí, se propuso volar expresamente para rescatarnos. Ya no nos importaba cualquier explicación. El estaba allí para llevarnos. Y todo estaba conforme. Los señores visitantes venían ia eso! a visitar a los teetetes. Gringos, pertrechados de pistolas al cinto como en el Oeste y con la última cámara de fotos, allí habían llegado para conocer aquella especie rara de hombres... Nos pidieron que les acompañáramos. Por última vez saludamos alegres a nuestros huéspedes de cinco días en la casa inmensa-selva, en su territorio. Nos atendieron con simpatía manifiesta a los misioneros. Graciosa y nostálgicamente comenzamos a llamarlos José, Jesús y María... El helicóptero hizo un segundo vuelo para recogernos, incapaz de llevarnos en un solo viaje a todos. Y a mediodía nos dejó en un campamento, en la orilla del río Aguarico. Los buenos trabajadores nos recibieron entre admirados y gozosos. Habían oído de nuestra aventura y no creían que habíamos pasado cinco días y noches en la selva con dos latas de sardinas y unas galletas. Ellos nos ofrecieron lo mejor que tenían, el menú del día: alubias (porotos). ¿cuántos platos comimos? Tres, cuatro... No recuerdo ya. Sólo recuerdo que ha sido el banquete mejor de mi vida, ofrecido por aquellos buenos hombres. INTERROGANTES DESPUES DE UNA VISITA Al terminar este relato, varios interrogantes se presentan inme– diatamente: ¿Qué habrá sido de aquella buena e ingenua gente? Muchas veces hemos pensado en ellos e intentado visitarles. La compañía cada vez se ha hecho más extraña a los planes de los misioneros. La oferta gratuita y por amistad de los pilotos no podía seguirse esperando. Intentar llegar hasta ellos por tierra era algo impensable. 198
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