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de repuesto. Pasamos cerca de nuestros amigos. Salimos a la trocha. Y enfilamos nuestros pasos hacia el Este, supuestamente hacia el río San Miguel. Creíamos que era un camino amplio, despejado, sin obstáculos. Todo lo contrario. Encontramos árboles caídos y cruza– dos a lo ancho del camino, innumerables matas y espinos, el piso húmedo y resbaladizo. Hicimos el esfuerzo de andar. Aquello era insoportable: resbalones, caídas, hundimientos, subidas, bajadas. Tiré las botas, me puse unos deportivos. Y la cosa empeoró. Mis zapatos pronto se quedaron encharcados de agua y lodo. José Manuel se agarraba a los árboles cortados para mantenerse en pie. Más de una hora habíamos persistido en la lucha. Pero, una vez más la deci– sión unánime era regresar a "nuestro hogar". Más "dulce hogar", desde aquí, en comparación con este camino endiablado. Pudimos regresar lentamente y sin extraviarnos. iQué gozo poder recostarse en las suaves hamacas! y iqué interrogantes se cernían sobre nosotros después de haber fracasado de la única posible salida! Atrapados, sólo nos quedaba la hospitalidad, no solicitada ni ofrecida todavía, de nuestros amigos tcetetes. Seguramente ellos se compadecerían de nosotros y, en medio de su pobreza, nos ofrecerían los frutos de sus cultivos: plátanos, yuca, chonta. RESCATADOS Sin querer dar pábulo a los negros pensamientos, pasamos un buen rato tumbados en las hamacas y defendiéndonos de los mosqui– tos con una rama de palma. Y así, somnolientos, cansados y desanimados, esperamos cual– quier solución que nos venga desde el cielo. Y, literalmente hablando, desde el cielo venía aquel ruido de avión o helicóptero. Pero, no nos hagamos ilusiones. Tantas veces habíamos oído y visto pasar aviones y helicópteros cerca... Pero, esta vez, el ruido se acerca más y más. Y suenan los golpes de las aspas del helicóptero . Hay que reprimir el alborozo, porque la decepción puede ser mayor. Ya, ¿para qué esperar? Algún día se acordarán de nosotros... El ruido se hace más intenso y cercano. Saltamos de las hamacas. Y vemos en el horizonte cerrado de nuestro agujero al helicóptero que se dirige hacia nos– otros. Nos sacamos las camisas y las agitamos al aire violentamente. Corremos al helipuerto. Y el pájaro, salvando las copas de los árboles, aterriza en el helipuerto donde nosotros esperamos alborozados. 197

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