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AL ENCUENTRO DE LOS TEETETES Nos invadieron sensaciones de soledad, gozo y miedo. Dejamos cerca nuestras provisiones. Y decidirnos lanzarnos, selva adentro, hacia la dirección de la casá que, desde el aire, habíamos localizado. Había que ganar tiempo. La tarde pronto daría su paso a la noche. Y en la selva las sombras se vienen apresuradamente. Dimos pronto con el pequeño sendero, utilizado, sin duda, por aquellas gentes para sus cacerías. Pasamos una pequeña quebrada. El camino nos lleva hasta la casa. Ahí, frente a nosotros, está la choza. Un triángulo de palos, con hojas de palma, que llegan hasta el suelo. Nos detenemos. Nadie se da cuenta de nuestra llegada. Nos miramos y decidimos hablar cualquier cosa en voz alta. De inmediato hubo respuesta. Del fondo de la casa oímos voces y gritos fuertes que acusaban nuestra presencia. Aquellos segundos se hicieron en mí angustia y oración intensas. Nos quedamos paralizados. Y más cuan– do vimos aparecer a dos hombres fornidos con sendas lanzas en sus manos a la entrada de la choza. Nos habíamos quedado a una distan– cia de unos quince metros, la necesaria para convencernos de que podríamos esquivar cualquier ataque. Pudimos reaccionar rápidamente. Y tratamos de dibujar alguna sonrisa, levantando los brazos en señal de amistad y de saludo. -Eh, amigos, amigos... -les gritó José Manuel. Algo respondieron. Levantaron la mano. y lentamente nos acer– camos a ellos, mostrándoles los rosarios y muy atentos a sus reaccio– nes. No sé si ellos reían o lloraban, gritaban o cantaban. Sólo sé que en aquellos momentos el corazón me latía ferozmente. Pero, confiando en Dios . y viendo aquellos rostros serenos y aquella piel curtida, sentí que nada malo nos iba a suceder. Nos encontramos. Les dimos lo que traíamos. Con señas quisimos decirles que éramos amigos, que veníamos desarmados. Nos salieron palabras en todos los idiomas 9ue recordamos : quichua, castellano, cofán, hasta latín creo que sono en aquella ocasión. Su lenguaje era diferente. Pero, sí, el lenguaje de los signos fue expresivo. Los dos hombres representaban una edad entre los SO y 60 años. O tal vez, uno podía ser padre del otro. La piel de la cara y del cuerpo estaba labrada de viejas cicatrices, restos de la vida dura por sobrevivir en medio tan hostil. Estaban desnudos. Y agradecieron la camisa que les dimos. No sabían qué hacer con ella, hasta que les ayudamos a colocársela. 193

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