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Hacía años que los rumores nos habían lkgJ•I·.• I.ns coLmes de las riberas del río Aguarico los temían, los soñaban como pumas feroces y trataban de no incursionar selva adentro de la inargen izquierda del río. ¿Todo era imaginaciones? El P. Angel tk l\.ar, que subió por el Aguarico y cruzó la selva hasta el río San Miguel, fronterizo con Colombia, se acuerda de los teetetes, al paso por aquellos territorios y cuenta que un misionero capuchino caralán, llegad< • <l cs1c lado ecuatoriano desde Colombia, había escapado de los indígenas, dcj:w– do sus ropas por el camino. En mi visita a los quichuas, coLmes y cushrnas Jel Aguarico y afluentes, el año 1965, tuve la oportunidad de cscuchJr r<"Lltos , envueltos en sangre y asaltos, que malllfestaban la exisrcHCia de los famosos teetetes, más temibles que los aucas, que atacal•au las orillas del río Napo. Pisadas, ramas cortadas, restos de viviendas provisiona– les, plantaciones abandonadas y hasta ruidos extraños de posibles indígenas, que los cazadores habían visto y oído. Pero, de cierto nadie se había encontrado con ellos en ningún rincón de la selva. La duda persistía. ¿Eran recuerdos de muchos años atrás? n.os teetetes seguían viviendo en aquel inmenso territorio inexplorado? ¿cuántos serían? ¿Por qué no se hacían sentir en las riberas del río Aguarico? ¿Qué habría sido de ellos? ¿cómo se podría localizarlos? Eran preguntas que me preocupaban constantemente. Y los rumores se confirmaron. Esta vez las afirmaciones de la existencia de los teetetes venían de los pilotos de helicópteros de las primeras compañías exploradoras del petróleo por aquellas selvas. Con algunos ya había establecido buenas relacioues. Sentían aprecio por los misioneros que andaban por aquellos lugaz cs tan apartados. Y pronto se presentó la ocasión de hai.J;u directarneute con ellos sobre el asunto. Sí, era verdad , habían localizado un pequeño grupo, una familia de indígenas, entre los ríos Aguarico y San Miguel, que supuestamente serían los tcetetes. Los trabajadores de la compañía, abriendo trocha por la selva, habían encontrado rastros de humanos. Y habían abandonado el trabajo temerosos de perder la vida o sufrir cualquier atentado. 191

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