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miento indígena ( 12). Pero en 1896, por un Decreto del Gobierno li– beral de Eloy Alfaro, losjesuítas son expulsados del Oriente; los últi– mos misioneros en salir lo hacen por el Aguarico, con destino a Pasto. Cuando finaliza el siglo va a apoderarse de esta parte de la amazo– nía, más funesta que cualquiera de las epidemias conocidas, la "fiebre del caucho". Su auge durará hasta 1920 y consumirá miles de vidas indígenas, revistiendo particular gravedad para las naciones indias situadas en la cuenca del Putumayo. La crónica de horrores propor– cionada por testigos como Hardenburg y Cassement, entre otros, es bien conocida; no así los hechos referentes a las cuencas del Aguarico y Napo, de las que apenas se encuentra documentación publicada. Entre los Tucano Occidentales, una de las parcialidades más afec– tadas resultaron los Macaguajes, situados en el Bajo Putumayo y prácticamente exterminados. En la zona de nuestro estudio, tal vez los Secoyas del Huajoya fueron los más directamente involucrados en la recolección, aunque todos los grupos hubieron de desplazarse más de una vez de sus asentamientos, huyendo de las redadas cauche– ras. Además hay otra forma de dominio que les alcanza como resaca del rápido hundimiento del caucho. El negocio del látex había estado en manos de blancos y mestizos que ocuparon mano de obra indígena esclavizada. En los mercados de !quitos y Manaos se vendieron desde indios Loretos a Huaorani, Huitotos y Macaguajes. Muchos buscadores de fortuna, peruanos y colombianos sobre todo, conocieron por esos años la selva amazónica por vez primera. Al hundirse el negocio del caucho, buscaban otra forma para enriquecerse en unas regiones escasamente pobladas y de frontera, donde el más fuerte imponía su ley . Entonces dieron con el secreto, que en parte venía dado por las condiciones de los anti– guos encomenderos y que se llamó "patronazgo". El patrón ejercía dominio absoluto sobre un determinado núme– ro de familias indígenas, a quienes suministraba artículos a crédito y para cuyo pago ellos disponían únicamente de su trabajo. Ese siste– ma, usado por gentes sin escrúpulos y con indígenas analfabetos, dio de sí muy pronto un esclavismo férreo: el trabajo indígena nunca alcanzaba a pagar sus deudas; éstas pasaban de padres a hijos. Los indígenas dejaron de ser gente libre, para ser "gente de patrón". Tan es así que cuando el patrón decidía cambiar, regalar o vender la hacienda, lo hacía incluyendo a sus deudores entre los enseres de la misma. "Desde el Napo al Marañón no hay una sola familia libre", escribe el P. Giannotti en 1928. 17

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