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El primero de ellos sería, en 1542, el dominico Fray Gaspar de Carvajal, que escribió el diario de viaje tenido, primero bajo el mando de Gonzalo Pizarro a través de los Andes hasta la llanura selvática , y posteriormente, a partir del río Coca, a las órdenes de Francisco de Orellana. Ese teniente de Pizarro emprendió su aventura, Coca abajo, en busca de provisiones, pero las circunstancias de la expedición lo condujeron a una de las exploraciones más osadas y mejor conocidas de la hístoria de la conquista. Pani el caso que nos compete, recoge– m.os la siguiente información del dominico: luego de desembocar en el Napo, navegaron entre orillas despobladas durante 200 leguas, has– ta detenerse en un poblado, al que después llamaron Aparia Menor. Se calcula que dicha población estuvo situada entre los ríos Aguarico y Curaray (8); quienes interpretan hoy el relato aseguran que tal fue la capital de los Omaguas en el río Napo. No consta con certeza la visita de Orellana a ninguna aldea de Encabellados, lo cual no es por cierto argumento suficiente para negar su existencia en la región, sabida su preferencia por habitar lejos de los ríos principales. En 1602, el jesuíta Rafael Ferrer, muerto más tarde a manos de los Cofanes, viaja registrando grupos comprendidos entre el Napo y el Maraftón, de los cuales su Compafiía hace relación al rey Felipe IV de Espafia: "Jfbaros, Xeveros, Quilibitas, Mainas, Plateros, Záparos, Cofanes, Abijiras, Encabellados..." (Chantre y Herrera, 1901 ). El afto de 1635 el capitán Juan de Palacios con 90 soldados toma– dos del penal S. Miguel y algunos franciscanos llegan en una expedi– ción que ''saltó a tierra diez ocho leguas antes que la desembocadura del Aguarico en el Napo cuyo intermedio ocupa una numerosa tribu de la nación Encabellada" (Juan de Velasco). Allí realizaron una fundación con el nombre de Ante. Palacios exploró el territorio, to– pándose con gran cantidad de indios; ayudado por los religiosos logró · en principio capitular unas paces con los nativos, que prometi<·ron someterse al Gobernador de Jos Cofanes; más tarde, al ultrajar el capitán a uno de los Caciques, provocó el ataque victorioso de los Encabellados, que le dieron muerte así como a casi toda la expedi– ción. Sólo dos frailes y seis soldados consiguieron escapar y, logrando una hazafia increíble, pudieron llegar, navegando todo el Amazonas, hasta las posesiones portuguesas de Pará. Estos huidos se ofrecieron como guías para la expedición portu– guesa del capitán Pedro Teixeira, que partió con setenta soldados y cientos de indios a fines de 1637 desde Pará. Ya en el curso de 1638 llegó a la boca del "río de los Encabellados", probablemente la que- 13

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