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El ataque del motorista fue benigno, tanto que por la tarde se levantó para jugar al fútbol. Por su culpa se suspendió el juego y fue menester llevarlo a la cama desmayado. Así pagó su temeridad y su desobediencia... Fray Pastor se encontraba bien por la noche, y también se levan– tó para el rezo y para orearse un poco. Temiendo que una enferme– dad, al parecer sin importancia, tuviese . funestas consecuencias, decidimos volvemos lo más pronto posible a nuestro convento. Saldríamos al día siguiente de madrugada, si es que los enfermos amanecían sin fiebre . Se preparaban festejos para celebrar los bautizos y confirmacio– nes que se pensaban hacer aquella noche. Seguramente que el toque de diana sería más tarde que de costumbre, por lo que, terminado el rezo, nos despedimos del Sr. Capitán y de los soldados. BUEN TIEMPO Y MALAS CARAS El día amaneció espléndido. A nuestra vista se descorren inmen– sos horizontes de un fondo azul, orlado de gasas y tules. Diríase que una mano misteriosa encaminó las nubes que descendieron a absorber la frescura de la selva. Algunas, empinadas, como fantasmas, en actitud de lanzarse de nuevo a las alturas, semejaban almas despren– didas de la tierra con los brazos en alto. implorando ayuda para alcanzar el cielo. Todo convidaba a viajar, menos mis compañeros. Pálidos y con sus ojos febrilmente brillantes daban impresión de que todavía les abrasaba un fuego interior. Pero reparando en la fecha, 24 de diciembre, y en la enfermedad, embarcaron animosos y alegres, como si se encontrasen totalmente sanos. A un kilómetro del destacamento había varias rancherías de indios, en total cuatro familias. Allí nos detuvimos como una hora. Mientras me desvestía de los ornamentos sacerdotales, llegó el Sr. Capitán, su señora y algunos soldados. Hombre culto, gentil y delicado, venía a despedirse nuevamente. Como no sabía negarse a nada, aceptó, sin resistencia, el padrinazgo que le ofreció una familia indígena, y gracias a él, y a la cooperación que nos prestó su señora, pudimos administrar varios bautismos y confirmaciones. No nos fue penoso parar en todos los destacamentos para visar el pasaporte. Siempre la paradita significaba una interrupción para descansar de tan largo viaje, y para repetir el estribillo: "Vamos 124

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