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"¿oe qué os reíais -le interrogué- y qué decíais durante el rezo?". El Cushma sonrió maliciosamente, pero hizo como que no entendía mis preguntas. Fue una lástima : Nada pude averiguar. NUESTRO APOSTOLADO Ha terminado el desayuno. Fray Pastor se prepara su botiquín ambulante para salir a visitar una por una todas las familias y atender a los enfermos que lo deseen. Mientras lava las llagas purulentas, cura los ojos enfermos, reparte pastillas contra el paludismo o inyecta, hace repetir el padrenuestro y el avemaría a los pacientes, familiares y curiosos. Aprovecha el momento propicio para enterarse si hay niños para bautizar o matrimonios que arreglar. Yo, entre tanto, quedaba en casa esperando a los niños para dar catecismo. Inesperadamente, y antes de la hora señalada, un grupo de pequeños y dos o tres mujeres suben alborozados. Al sentirlos dejo mi libro de rezo y saco unos caramelos que llevaba en el bolsillo para repartirlos entre todos los que ya se han sentado a mi lado. Mis caramelos son como el talismán misterioso que con poder irresis– tible los atrae hasta quedar prendidos de la señal de la cruz y de las oraciones que repiten con interés. Los ojos grandes de los chiquillos miran impresionados las figuras representadas en aquellos cuadros recargados de colorido que les muestro en mis manos. A juzgar por la expectación, silencio y curiosidad con que se fijan diríase que eran alumnos aventajados que entienden y captan a perfección mis expli– caciones. Cuando terminó la clase todos se levantaron para marcharse. Desde lejos llegaban claramente las voces de los niños que repetían : "Pot la señal, por la señal". Pude distinguir las gesticulaciones de sus manos por la cara y pecho como queriendo repetir lo que tantas veces habían hecho en mi presencia. Permanecimos allí tres días, repartiendo nuestro tiempo entre los actos de piedad y atender las visitas continuas de los indios. Los más subían sin previo aviso, se acercaban con recelo, saludaban como de costumbre, y se marchaban sin hablar una sola palabra; cuando más se sentaban, hasta que cansados de mirarme y remirarme, se iban por el mismo camino y en la misma forma que habían venido. 117

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