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selva que de ambos lados se inclina para besar las aguas negras. En él viven las rayas gigantes, cuyo lancetazo doloroso es tan grave como el de la culebra más venenosa. El bagre blanco, de carne apetitosa, llega a pesar 180 kilogramos. No faltan, como en el Aguarico, los bufeos o delfines, las vacas marinas, la raya, redonda como luna y voraz como tiburón y el canero, de instintos peligrosos para el hombre. Abundan también las nutrias y los lobos marinos, muy codi– ciados por el valor de sus pieles. Qué infinidad de figuras caprichosas se forman en la infinita multitud de hojas variadas y que distraen nuestra atención y matan el aburrimiento. Los rayos del sol de media tarde se filtran por la espesura del bosque. Somos todo ojos para descubrir entre las ramas o palos de los árboles algún mono. Teníamos ilusión por ver a alguno de aquellos monos que les llaman voladores, porque con su gruesa y larga cola vuela de un árbol a otro, salvando distancias hasta de ocho y más metros. Es muy dormilón, y durante sus eternas siestas se sostiene con la cola y se arroja con ella. Matamos un chorongo que sesteaba en la copa elevada de un árbol, pero quedamos con la ilusión de coger la cría, de pocos meses, que quedó en una rama fuertemente abrazada al cuerpo muerto de su madre. Las frecuentes y pronunciadas curvas del río y los árboles tendi– dos en su lecho obligaban a extremar la vigilancia del maquinista y ponían a prueba su pericia y habilidad. Un descuido hubiera bastado para romper el motor chocando contra algún palo oculto bajo el agua. NADIE TIENE LA CULPA Poco después de las cinco, nuestro motorista enfiló la canoa a la orilla y dijo: "Aquí nos quedamos esta noche. Debajo de este refugio podemos acomodarnos todos, sin necesidad de molestarnos haciendo otro nuevo". Y apuntó con el dedo hacia un rancho de mala muerte, que no era sino unos palos con un techo de paja casi deshecho. Para entrar en él había que agacharse todo lo que se podía. Aceptamos la proposición. Echamos pie a tierra los tres, y cada uno por su lado desaparecimos en la selva. Al cuarto de hora nos reunimos provistos de hojas grandes y limpias para tender encima las camas. Completamos la instalación clavando en el suelo arenoso unos palos de la altura del rancho para colgar de ellos los mosquiteros. 109
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