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NOCHE EN CASA DEL BRUJO El sueño debió haberme vencido durante un buen rato, porque me desperté sobresaltado. No era para menos. Al fallar la pata del catre que se metió en una de las hendiduras del piso de caña, casi caí encima del motorista, que dormía a mi lado. Al darme cuenta de lo sucedido, y para cortar las risas de los vecinos, les dije: "No os preo– cupéis que sólo he caído al suelo". Inmediatamente rehice mi camas– tro, y me debí dormir muy pronto, ajeno a los chistes y comentarios que hacían mis compañeros. A las cinco y media celebré la santa Misa y a continuación administré el Bautismo y la Confirmación a unos siete niños y grandes. Repartí entre todos algunas estampas y meda– llas y, a petición del brujo, bendije solemnemente a su hijo enfermo. HOMBRE SIN CORAZON Antes de marcharnos llamé aparte a Lucas para afearle la conduc– ta y recriminarle los malos tratos que daba a su mujer. Le hice ver las funestas consecuencias que se podían seguir para él y para sus hijos si no se enmendaba. Me escuchó con tranquilidad, sin inmutarse lo más mínimo, ni protestar de mis acusaciones. No negó los cargos que le hacía, ni se sonrojó al recordarle la escena anteriormente referida. Le hice ver que Dios le podía castigar por su mal proceder. "Para que te enmiendes -le dije- te obsequio este precioso escapu– lario de la Sma. Virgen". Al recibirlo inclinó la cabeza en señal de agradecimiento. Cuando menos lo esperaba, habló el brujo para decirme : "Sí, padrecito, tiene toda la razón, pero eso mismo me dijo hace diez años otro padre misionero como usted cuando vivía en el Tena". Y con sonrisa y acento saturados de cinismo terminó dicien– do : "Igual le habrá contado a usted todo esto que me reprende aquel padre; era muy bravo y me quería poco". A juzgar por esta salida inesperada, todas mis consideraciones habían caído en saco roto. Poco más se podía esperar de aquel hombre que había ahogado en su corazón, como me enteré posterior– mente, los sentimientos sagrados del cariño paterno, al aconsejar y querer obligar a su mujer a matar o arrojar al río a un hijo que sufría una enfermedad incurable desde que nació. Al despedirnos, como de costumbre, dimos la mano a todos, aun a los niños de pecho. 104

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