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DONDE LAS DAN, LAS TOMAN La paliza que el hijo mayor, de 16 años, propinó a su padre con la intención de matarlo, al arrojarlo boca abajo en una acequia de agua, no hizo mella en la mente de Lucas. Hacía caso omiso de reconvenciones que frecuentemente le hacía Medardo. Se reía de los sabios consejos de uno de sus hijos de apenas 5 años que, entre bromas y veras, le decía: "Papá, no seas malito; pórtate bien con mamacita; no nos pegues de gana cuando estés chumado. Nosotros algún día te daremos duro. Verás". A pesar de todo Lucas no se corregía; las cosas seguían de mal en peor. Una noche, a las diez aproximadamente, un vecino que vivía a unos 100 metros de la casa del brujo oyó un fuerte alboroto. De momento no dio ninguna importancia a lo que oía. Eran tan comu– nes y frecuentes las peleas en casa de Lucas, que una más a nadie podía llamarle la atención. El griterío aumentaba; el ruido, cada vez más estrepitoso, simulaba una algazara popular. Picado por la curiosi– dad, y por si acaso acompañado de un sobrino de 20 años, el vecino de Lucas se acerca sigilosamente a su casa. El cuadro era interesante por una parte y desmoralizador por otra. ¿Qué sucedía? Se había colmado la medida y acabado la paciencia de los hijos e hijas del brujo. Los pequeños, cansados de tanto atropello y de las injusticias cometidas por su padre en persona de la mamá, tomaron la justicia por su mano. Vieron, una vez más, que la mamá yacía postrada en el suelo a consecuencia de una paliza que le había dado el marido y, sin más, la emprenden contra él. Con las manos, con los pies y con palos lograron fácilmente dar con el cuerpo de Lucas en el suelo; inme– diatamente como un enjambre de abejas todos se abalanzan sobre la víctima: unos le tiran de los pelos, otros le golpean con palos, hubo quien se tomó la libertad de bailar encima del cuerpo del brujo y probablemente el inductor de todo con un tizón encendido quemaba la cabeza y la cara del paciente. De entre las risotadas y el griterío de los niños y los ayes y gruñidos lanzados por el pobre Lucas, apenas se oía la voz clara de un rapaz que repetía constantemente: "¿No te decíamos, papacito, que te íbamos a dar duro; que no maltratases a mamá que es buena? No volverás a portarte mal". De no haber intervenido el vecino, seguramente que aquel espec– táculo bochornoso hubiera terminado en tragedia. 103
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