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Sería por los cigarrillos, por los caramelos o porque no .les disgus– taba mi sistema docente, el hecho es que, a las horas que les indicaba, todos acudían con puntualidad y, hasta los tres días que permaneci– mos entre ellos, se abstuvieron de tomar el yagé, no obstante haber un enfermo de gravedad. El buen Gobernador se movía nervioso en su asiento y respiraba hondo cuando en la enumeración y explicación de las obligaciones que nos imponen los mandamientos recriminaba el robo, la mentira, el adulterio y algunas otras cosillas que, por lo visto, estaban en abierta oposición con la conducta que él observaba. Durante mi permanencia entre los Cushmas presencié algunos matrimonios, entre ellos el del hijo del Gobernador; administré los sacramentos del Bautismo y Confirmación a una docena de niños y tuve la gran satisfacción de ver por la mañana, en la santa Misa y por la tarde, en el santo Rosario, a la totalidad del personal de la tribu. Para lograrlo tenía que estudiar el modo de hacer atractivos e interesantes estos importantes actos religiosos. PRETEXTOS PARA ORGANIZAR EL BAILE Suponiendo que exista una causa para organizar un baile, que puede ser una boda, un bautizo, la curación o mejoría experimentada en un enfermo, la defunción de algún miembro de la tribu, el indio encargado comienza a tocar el tambor con solos los dedos. Tan pron– to como se oyen los primeros sonidos, siempre iguales y monótonos, a lo que podía llamarse música, hombres y mujeres corren a arreglar– se para tomar parte en la fiesta. La familia que ha organizado la fiesta ha ido preparando, con tiempo, abundante carne de monte y grandes cantidades de chicha mascada. Los más acomodados se permiten el lujo de obsequiar a los vecinos, amigos y familiares con algunas copitas de aguardiente, elaborado de la caña de azúcar. En un principio hay desaliento, parece que nadie llega con interés de bailar, el fracaso de la fiesta se deja sentir, con la consiguiente vergüenza para sus organizadores. Los traguitos de la chicha fermen– tada y las copitas de licor caldean los ánimos de los presentes y electrizan las manos del músico que cada vez arrancan más fuertes y más afinados sonidos a su tambor. La botella, el pocillo o la totuma que corren, sin parar, de mano en mano, disponen a hombres y mujeres para el baile. Se colocan en dos filas, en una los hombres y enfrente de ellos las mujeres. Toda la pericia de los danzantes 99

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