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Nadie puede acercarse al lugar, mucho menos entrar en la casa donde se prepara y toma el yagé. Si alguno de la tribu u otra person a se acercase por malicia o por ignorancia, se granjearía el odio de todos y acarrearía sobre sí las maldiciones del Gobernador, del Curaca y del brujo. Si nosotros, al llegar a la tribu , hubiéramos pasa– do adelante, seríamos los culpables de que aquel día se perdiese el yagé. Cu ando sobreviene esta desgracia, los efectos se dejan sentir entre los indios, quienes se ponen serios, airados, sumamente bravos, y todo el día lo pasan echados en el suelo, lanzando suspiros y huyen la compañía de los demás. Como es de suponer todo blanco, que en esos días ll ega a la tribu , estorba y es mal visto. FNS/\YOS CATEQU ISTICOS MUY PEREGRINOS Prescindiendo del tiempo y de las circunstancias en que llegába– mos a la tribu de los Cushmas, decidimos catequizar un poco a aquella gente. Sin grandes esfuerzos logramos reunir a hombres, mujcres y niños. En tres o cuatro sesiones diarias les hablábamos de Dios, de Jesucristo, de la Sma. Virgen, etc. Nuestros métodos cate– quísticos no dejaban de ser un poco peregrinos. Todos los días y en todas las sesiones comenzábamos por la señal de la Cruz. Desde el Gobernador, sentado a mi lado, hasta el último niño, todos se esfor– zaban por imitar lo qu e yo hacía; después recitaba el Ave María, que tambi én, medio en broma y entre so nrisas, repetían los grandes y los chicos. Oían con aten ció n mis ex pli cacio nes sobre la Sma. Trinidad, sobre J csucristo ... Cuando notaba qu e se cansaban , entonaba, acom– pañado de fray Pastor, el Ave María y otros cánti cos religiosos. Otras veces ech aba mano de los cigarrill os, de los caramelos. Antes de terminar mis sesiones abr ía mi maletín y sacaba de él algunos cuadros religiosos en colores, con los que completaba mis anteriores explicaciones. Era emocionante contemplar a niños pequeños y gran– des devorar con sus ojazos, desmesuradamente abiertos, aquellos cuadros, y oír que decían, entre los comentarios qu e hacían : "Papá Dios, j esús niño, mamá María, ciclo", y otras palabras sueltas, con las que daban a entender qu e les interesaba lo qu e les e.xplicaba y que el esfuerzo que realizaba no era infructuoso. Como era difícil hacerse entender, porque ni me entendían ni les entendía a ellos, me valí del Gobernador, del Curaca y de una mujer que entendía el castell ano, quienes fueron mis intérpretes. 98

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