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ristas son relativamente modernas, no anteriores a los siglos XVII o XVIII. Las hay más recientes, que se reconocen por su factura; pero, a falta de documen– tos, es aventurado asignarles fecha. Hubo ciertamen– te canciones vascas a mediados del siglo XV, ende– chas mortuorias, que con ocasión del fallecimiento de algún deudo de la familia se cantaban delante del féretro; poseemos la letra, mas no la música. Un hijo del pueblo, utilizando por lo común .ele– mentos del propio ambiente, crea en determinadas circunstancias tal o cual canción. Al pasar ésta de boca en boca y ampliar su área existencial, raro será que conserve íntegra su forma primitiva y por cam– biar de ambiente no se despoje de ciertos adornos o detalles, engalanándose de otros nuevos. Es caracte– rística de la canción popular el cambio de forma, la alteración constante. Dice VINCENT o'INDY que la can– ción no adquiere el derecho de popularidad, en tanto no se someta a un trabajo impersonal, cuyo factor principal es el tiempo. De ahí esa diversidad de formas, llamadas ver– siones, que presenta una canción, según se haya ano– tado en tal o cual lugar, de este o aquel comunicante. De algunas canciones vascas, como Aldapeko, Xori– ñuak kaiolan, se han recogido gran número de ver– siones. ¿Cuál de ellas es la auténtica? Lo son todas, supuesto que nos lleguen por legítima vía popular. Las versiones son a modo de ramas de un árbol cuyo tronco está bajo tierra. Se podrá discutir su belleza y galanura, su valor literario-musical, mas no su au– tenticidad. Podíamos también comparar las versiones -y la comparación resulta aquí muy sugestiva- con los estratos de la corteza terrestre. Como éstos las épocas de un proceso geológico, así aquéllas nos reve– lan los estados o etapas del pasado cultural de un pueblo. De ahí la importancia que en nuestros días ha XX

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