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Del corazón, podemos igualmente decir, salen los pen– samientos elevados, los deseos puros, las santas aspi– raciones, las acciones rectas, los sacrificios abnegados, las nobles empresas, el santo amor de Dios y el ge– mroso amor al prójimo que conducen a la cumbre de la santidad y del heroísmo. La consecuencia salta a la vista : debemos guardar nuestro corazón de todo aquello que pueda dañarlo o llenarlo de cieno o po– dredumbre. Como la naturaleza, en el cuerpo, lo ha protegido contra los golpes del exterior, así también debemos protegerlo en el alma. Es preciso levantar en nuestro interior una fortaleza con férreas puertas que nadie, a su arbitrio, pueda franquear, a fin de que nuestro corazón no esté al alcance de cualquiera que se acer– que a herirlo o robar su tesoro. «Guarda tu corazón con toda vigilancia porque de él mana la vida.» Y si no tenemos bien guardado el c.o· razón, podremos acarrearnos la muerte. ¡La muerte del corazón. que es la más desoladora! Ya sé que usted me va a replicar: i.Es posible que el hombre viva con el corazón muerto? No sé cómo contestar a esta pregunta. Lo que sí puedo afirmarl e es que hay hombres que no dan se– ñales de tener cora?.ón. Y si lo tienen, debe de estar podrido o endurecido como un pedernal. No conservan en él ningún sentimiento ele amor hacia Dios ni hacia sus semejantes. Ni la belleza les atrae. ni les mueve la compasión , ni se ensancha su alma con la alegría, n\ les hiere la tristeza. No parecen seres humanos. Son hombres vivos con el corazón muerto. En cambio no faltan quienes se quejan de tener de– masiado corazón. No pueden ver una lágrima sin en- -93-

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