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Pero, al imponerle estas leyes, dejó a su libre al– bedrío el poder cumplirlas o traspasarlas. Y he aquí que el hombre, abusando de su libertad, no pocas veces, desobedece a Dios, quebranta su di– vina ley con el olvido de sus deberes religiosos, con blasfemias y juramentos, con odios y rencores, con im– purezas, con atentados a la vida, a la hacienda y la fama del prójimo y, en suma, con otros miles de ex– cesos que irritan su divina cólera. ¡Terrible poder el del hombre! .. . En su mano está obedecer o desobedecer a Dios. Si quiere, ·puede cum– plir la ley divina, y con su cumplimiento, granjearse la eterna felicidad del cielo, que está prometida a los que observan sus divinos mandamientos. Y si no quiere, dejará de cumplirla, con lo que habrá de acarrearse la eterna desventura, con la que están amenazados sus transgresores. ¡Terrible poder el del hombre!... En su mano está el salvarse o condenarse. Mas, por eso mismo que el hombre tiene libertad para guardar o traspasar la ley de Dios, si la cumple, se hace acreedor al premio. En la libertad, y juntamente en la gracia, estriba el mé– rito de nuestras obras. Poder traspasar la ley y no traspasarla, hacer el mal y no hacerlo, es, según la Santa Escritura, digno de alabanza, de gloria eterna. (Ecli. 31.) Si el hombre no fuera libre, ¿qué galardón habla de merecer .por la práctica del bien? ¿Qué merece el sol por derramar su luz benéfica, la tierra por dar sus frutos, las nubes por verter su agua, el mar por sus incesantes movimientos, los astros por sus constantes giros por la inmensidad del espacio? ¿Qué merece el ave por lanzar sus trinos a la luz de la aurora y todos - 88 -

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