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para hacerle sufrir, le sometan al más humillante cau– tiverio. Mas si le dejan sueltas las manos, puede usted golpearlos o hacerlos objeto de sus caricias u obse– quios. Si le atan las manos, le queda la lengua para insultarlos o bendecirlos. Si le cortan la lengua, tiene los ojos para dirigirles una mirada de desprecio o una mirada <k eompasión, y si le arrancan los ojos, mien– tras tenga vida, conservará el corazón para odiarlos o perdonnrlos. La lillerLa<l es una fortal eza infranqueable. Por mu– cho que se sujete al hombre, será siempre libre. Si us– ted quiere una cosa, nadie puede obligarle a no que– rerln. Si t.i"ne en su alma una divina creencia, no hay en la tierra quien logre, en contra de su voluntad, arraneÍirsei<l. Si un amor puro arde en su corazón, no hay nadie en el mundo, si usted no quiere, que sea capaz de extinguirlo. Una rla111a inglesa, en el reinado de Enrique VIIf, fué eonden:ul;• a muerte. Subió al cadalso, y el verdugo le orden(> l!tll' inclinara su cabeza para la ejecución. Pero ella exd;nnó: «¡No! ¡Jamás mi cabeza se incli– nará ante la tiranía! Si tú lo quieres, mira de abatirla.» Esta nohl<• ;wt.itud de aquella dama inglesa debe us– ted, mi querido amigo, adaptarla en numerosas cir– cunstancias d<' la vida. ·su voluntad debe conservarse inflexible anl<· ,.¡ cumplimiento de su deber, y esta firme resolución ha de permanecer en su alma: «Ja– más me inclinaré ante el desorden y el pecado. No me doblegaré por complacer a mis amigos ni por contem– porizar con el mundo... Soy libre, y no quiero escla– vizarme por seguir la corriente de la vida moderna. Y porque soy librC', libremente propongo remontarme -85-
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