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Habrá usted, sin duda, leido La vida es sueño, de Cal– derón de la Barca. Recuerde al príncipe Segismundo, vestido de pieles y cargado de· cadenas preso en oscura torre. Al][ se lamenta de su desdicha, sintiendo envidia del ave que se remonta al espacio, del bruto suelto en la selva, del pez que gira en el agua y hasta del arroyo «que entre flores se desata», porque teniendo él "más alma que el ave, mejor instinto que el bruto, más albe– drío que el pez y más vida que el arroyo, tiene menos libertad. ¡Triste estado el de aquel príncipe preso en es– trecha cárcel! Con todo, el príncipe Segismundo no decía verdad en sus lamentaciones. El hombre, por encerrado que esté, por cargado que se vea de cadenas, conserva, siempre y en todas partes, este privilegio, esta excepción, esta fa– cultad especialísima que ha recibirto de su Creador so– berano. El ave que «deja su nido en calma>> y «corta con ve– locidad las etéreas alas>> no lo hace porque libremente se determine a hacerlo, sino que le lleva a ello el im– pulso de su ciego y fatal instinto. Este mismo instinto es lo que obliga al bruto «a tener crueldad>> y al pez a girar por el «centro fríO>> del agua. Mucho menos goza de libertad el arroyo, que sin vi– da ·alguna corre por «el campo abierto a su huida>>. pues una ley física, la gravedad, es Jo que hace que sus aguas, necesaria y constantemente, se deslicen al mar, donde encuentran su desca nso. En cambio, el hombre se determina a obrar por su propia elección, y nadie puede forzar las puertas del santuario interi.or, dond~e tiene su asiento su libre al– bedrio. Usted, como yo, o como cualquier hombre, puede caer en manos de hombres sanguinarios que, -84-

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