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Una gran mayoría de Jos hombres tienen que verse retratados en estas frases en que prorrumpe un perso– naje de un célebre dramaturgo católico: « ¡ Qué ceguedad la nuestra! A la menor molestia del cuerpo ya está uno asustado y al momento se pone en cura, y bebe con afán la más negra pócima, y deja con resignación que le pinchen, y le sajen y le hagan pe– dazos, y todo sacrificio parece pequeño para conseguir que vuelva a su estado natural este montoncillo de tie– rra. Y aunque el alma adolezca, y aunque empeore y aunque llegue a estar en peligro de muerte, no se le aplica el remedio ni se repara en ello siquiera, y si por fin luego ha de sanar, nada menos necesita que venga a curarla Dios con todo su infinito poder.» (Tamayo Baús.) Cuidar su alma es el negocio más importante de su vida, que no debe encomendar a nadie y que no ha de aplazar para el dfa de mañana, porque ninguno sabe si para él ha de venir. Los negocios de la tierra, por se– rios que parezcan, a su lado no son más que juegos de niños. Todo cuanto hay alrededor nuestro pasa y se desva– nece como soplo de viento. Sólo nuestra alma perma– nece en medio del torbellino de la vida, y la felicidad de esta alma inmortal es lo que, ante todo, nos convie– ne asegurar con la práctica de la virtud. Recoja usted estos pensamientos de un escritor fran– cés, con los que quiero terminar mi carta: «No temas, discípulo de Cristo; sólo tu alma se halla ante Dios; lo demás es decorado de teatro. Un dia telones y basti– dores, cosas y gentes, el mismo mundo, todo se derrum– bará en la nada... Dios permanecerá, Dios y tú, tu alma, tal como tú la hiciste.» ( Aymé Gu.errin.) -80-

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