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Ve usted cómo ni los honores, ni las riquezas, ni el poder, ni la amistad del rey ni el desconsuelo de la fa– milia pudieron obligar a este héroe cristiano a hacer miserable su alma, sino que subió al cadalso y la pre– sentó pura ante Dios. Mientras vaya usted por la vida, vendrán también a solicitar la conquista de su alma. El mundo, con sus en– cantos, le dirá : ----, ¡ Sirveme! Yo te ofrezco riquezas, placeres, gloria, todo cuanto puede hacerte feliz. Los falsos amigos le hablarán igualmente de esta o semejante manera : -'-Vente con nosotros, pues en nuestra compañia po– drás divertirte a tu sabor y pasarás la vida en constan– te regocijo. Otras muchas criaturas reclamarán asimismo su amis– tad con estas palabras : -iAmanos, porque con nuestros amores y abrazos po– drás gozar de la felicidad que ansías. Mas al escuchar estas invitaciones, usted, Imitando al santo canciller, debe exclamar en el fondo de su cora– zón: «Ya sé que lo que pedís es mi alma; ¡lero ella vale más, inmensamente más que lo que vosotros me ofre– céis, y por nada ni nadie quiero hacerla desgraciada con una vida indigna. Por encima de todo he de salvarla.» No sea usted como muchos cristianos, que estiman más una joya, un billete de Banco, un traje, un mue– ble, una niñería cualquiera que su alma inmortal. Y por todas esas cosas se afanan y preocupan, y no pocas veces se someten a los más grandes sacrificios. En cambio, nada hacen por su· alma;. la tienen muerta para Dios y ni siquiera se dan cuenta de su lamentable estado. -79-

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