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De esto, mi querido amigo, saque usted la consecuen– cia. Mejor le será perder sus fincas, su cartera llena de billetes, su casa, su esposa, sus hijos, cuanto en la vida puede amar y poseer que perder su alma. Mejor le será sentir quiebras en su salud y atravesar por toda clase de penas dolores y trabajos que sufrir detrimento en su alma. Mejor le será vivir olvidado y despreciado de los hom– bres que tener olvidada su alma, la que, ante todas las cosas, debe conservar en la amistad de Dios para pre– sentarla un día limpia de pecado en la divina presencia y alcanzar por ello su eterna salvación. Un ejemplo práctico de cómo debe usted estimar su alma. El canciller de Inglaterra, hoy Santo Tomás Mo– ro. comparece en la presencia de Enrique VIII. Este le dice: -Abandona la religión católica y sirve a mi causa. -Ya lo veo--le contestó-que lo que deseáis, señor, es mi alma. ¿Qué me dais por ella si os la entrego? -Te colmaré de honores y de riquezas. -La fortuna y los honores son algo, efectivamente; pero mi alma es más que todo eso. ¿Qué me dais si os entrego mi alma? -.Compartiré contigo mi poder, mi amistad, mi gloria. -,-,Mucho es todo eso; pero mi alma vale más. ¿Qué me dais por ella? Entonces su mujer y sus hijos se echaron a sus pies, llorando y diciendo : -'re darán nuestra vida, pues si tú mueres, nos ma– tarán también a nosotros. -Dios sabe cuánto os quiero ; daría mil veces la vida por salvar la vuestra; pero mi alma me es mucho más querida -78-

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