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rir en la cruz, derramando toda su sangre preciosa para merecernos la gracia y, con ella, embellecernos el al– ma a fin de hacerla digna ·del reino de Dios. Jesucristo, durante toda su-vida y, sobre todo, en su pasión y muerte, busca nuestra alma para santificarla y salvarlá. Podemos contemplarle en esta búsqueda del alma bajo la figura del buen Pastor que, dejando el re– baño en su aprisco, va por el campo tras una oveja que se le ha extraviado, y no repara en sacrificios hasta ha– llarla. Al fin la encuentra, con su vellón desgarrado, en– tre unos zarzales enredada, expuesta a caer en boca de hambriento lobo. Esa oveja perdida es la imagen del alma, de la de us– ted y de la mfa. Jesús es el buen Pastor que da la vida por sus ovejas, que son las almas de todos los hombres. Para que mejor se dé cuenta del valor y nobleza de su alma, yo le aconsejo a usted que en vez de hacerse muchas reflexiones basándose en principio de filosof1a se ponga de rodillas al pie del santo crucifijo y se fij e bien en quién es y como está y por quién ha pedecído pasión y muerte este divino Crucificado. Es el Hijo de Dios, esplendor de luz eterna, que, ves– tido de nuestra carne, ha querido atravesar por la más cruel y amarga de todas las nw ertes. Era el embeleso de los ángeles y está hecho el oprobio de las gentes. Su cuerpo, hermoso como flor del cielo, está afeado por los tormentos, regado por la sangre que brota de sus venas. Mirele usted una y otra vez, no tan sólo con Jos ojos del cuerpo, sino más bien con Jos del alma penetrada de la más ardiente fe. Contemplando a su divino Redentor en la cruz clava– do. deje que su corazón se explaye en afectos santos, y al ·impulso del fervor interior' vaya usted pregnntándo- -H-

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