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el amor. Ya se entrega al pecado, ya se ejercita ei). la práctica del bien. Y porque. nuestra alma es espiritu, es inmortal. No ha sido creada para la muerte, sino para una vida eter– na. Aun cuando el cuerpo fallezca, ella conservará su existencia, ejercitándose en sus propias operaciones, capaz de comprender la verdad, de amar el bien, de gozarse en su propia dicha o desesperarse en su des– ventura. Comprenda usted, mi querido amigo, lo grande y her– mosa que es su alma, aun en el orden de la natura– leza. Todo en rededor nuestro envejece y se marchita. El alma conserva siempre su juventud. No merece la pena preocuparse tanto por la vida exterior teniendo un alma que puede conservar una vida Interior toda bella, fecunda y rica y permanecer triunfante en todos los torbellinos y revoluciones de la tierra. No se olvide usted, repito, de su alma, que bien me– rece sus atenciones y cuidados. No sea usted de los hombrés modernos, que, lanzados al galope de la vida exterior, no piensan siquiera que tienen alma. Este es· el gran pecado del siglo presente: preocu– parse tan sólo del progreso material y olvidarse de los valores espirituales. «La enorme herejía moderna-dice Chesterton--es la de alterar el alma humana para adaptarla ·a las condi– ciones impuestas a la vida, en lugar de alterar las con– diciones para adaptarlas al alma.» Nuestra alma, llena de sublimes deseos y rica en vir– tudes, debe flotar sobre la ola del materialismo moder– no como flota la nave cargada de riquezas sobre las ondas del mar. Y, como el águila que remonta su vuelo sobre las nubes, ella ha de saber desprenderse de la -70-
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