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tra alma su divina imagen de forma que ninguna cria– tura del mundo visible retrata con tanto brillo sus in· finitas perfecciones. La Santísima Trinidad ha impreso en ella un vislumbre de su misma vida interior. «La imagen de la Trinidad--dice Bosuet-resplande– ce magníficamente en el alma: semejante al Padre tiene el ser; semejante al Hijo tiene la inteligencia_; semejante al Espíritu Santo tiene el amor; semejante al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo tiene, en su amor, una misma felicidad y una misma vida.» Mas si usted quiere penetrar en la esencia del alma y tener una norma fija de lo que ella es, atienda a esta definición: «El alma es un espíritu libre e inmortal.» El alma es espíritu, es decir, una substancia simple, invisible, incorpórea, inmaterial, y por tanto no se percibe por ninguno de los sentidos ni está sujeta a peso, ni a medida, ni a la acción química, ni a la co· rrupción. Es espíritu como lo son los ángeles, como lo es Dios. Está en un grado superior a todo cuanto hay en el mundo material. Su centro es un mundo invisi– ble, impalpable. Más sutil que el viento y más ligera que el rayo, puede abarcar con su pensamiento todo el universo. Su pensar, su querer, su obrar y su existir son independientes de la materia. Nuestra alma es un espíritu libre. Esto quiere decir que posee la facultad de poder determinarse a obrar según su ·propia elección. No es el impulso ciego ni una inercia incontenible el principio de sus operacio– nes. Ella~ con su inteligencia, conoce el bien y el mal; ve la senda del vicio y el camino de la virtud. Tras la mirada de la inteligenda viene el acto de la voluntad y con ella se adhiere o rechaza lo que la razón le pre– senta. Así, unas veces fomenta el odio y otras abriga -69-

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