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ponder: «¿Tenemos alma?... Es verdad. No lo habla· mos pensado. Hay tanto que hacer; se vive de tal ma· nera en la vida moderna que no hay tiempo para esas serias reflexiones. La primero es vivir.» Pues, amigo mío, lo que nadie se atreve a decir a tantos hombres ·distraídos que se agitan en la vorágine de la vida me propongo yo recordárselo a usted en esta carta. «Hermano, usted tiene alma. Alma cuyo valor y her– mosura está muy por encima de todos los bienes y preciosidades que puede haber en el mundo. No se ol– vide de ella, porque este olvido le llevaría al más ro– tundo fracaso.» Doy por supuesto que se acordará usted que, al ·ha– blarle del cuerpo, le decía que había que someterlo a la ley del espíritu, y sobre él debemos estimar el alma que en él habita como en su templo. «Es· el alma-,dice el conde de Keyserling-lo que hace del hombre un hombre.» No hay duda: El alma es lo que hace un hombre viviente, inteligente, consciente de sus actos, libre en el obrar; un ,hombre completo en el desarrollo de sus facultades. El alma es el motor de todo el mecanismo humano. Sin ella, el hombre ca– rece de inteligencia, de ingenio, de voluntad, de fuerza física, de funciones vitales. Un hombre sin alma es un cadáver que, no tardando el tiempo, se convierte en polvo. · El alma es el soplo divino arrancado del pecho de Dios. Es el espíritu que anima nuestro cuerpo, de suyo inerte, y le comunica toda la energía, toda la gracia y hermosura que posee. Dios, al crearla, ha dejado en ella un destello de su rostro. Como al mirarnos en un espejo nos vemos en él reflejados, así Dios ve en nues· ~68-

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