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sino embotario, arruinarlo, convertirlo en instrumento de pecado y degradación. Esto es rebajar todo el hom– bre para rendir culto ·a la materia. Me dirá usted que, aunque no se hagan estos exce– sos, siempre tenemos que preocuparnos por el pan de cada dia a fin de alimentar nuestro cuerpo. Es verdad. Pero acuérdese de lo que dice Cristo: «No sólo de pan vive el hombre.» Necesita también alimentar su alma con su propio manjar. No lo dude usted: antes el alma que el cuerpo; antes el deber que el esparcimiento en el bar o en el café o en cualquier otro centro de diversión; antes la vida cristiana que la vida frívola del mundo moderno. San Pablo, recomendando a los fieles de Corinto la castidad, les dice que sus cuerpos son miembros de Cristo, templos del Espíritu Santo, los que no hay que entregar al pecado, haciéndolos miembros de una me– retriz; y termina su exhortación con est'as palabras que deseo grabe bien usted en su corazón : «Glorificad y llevad a Dios en vuestros cuerpos.» Esto lo cumplirá usted con una vida ordenada, pura, austera, cristiana. Que nuestro cuerpo carezca de robusted y hermo– sura, que soporte el peso del trabajo o sea afligido por la enfermedad poco importa con tal que se conserve la limpieza del corazón, que es lo que agrada a Dios. El placer se esfuma con rapidez; el afeite del rostro dura unas ·horas ; el traje elegante se gasta en poco tiempo; la juventud más lozana, en breve, se marchita. Sólo la virtud tiene consecuencias eternas y es lo que atrae la mirada de Dios, que donde ella tiene su asiento fija su morada y es glorificado. -65-
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