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nismo, haciéndole experimentar agudos y continuos pa– decimientos, y, desfallecidas sus fuerzas, teme un fatal desenlace?· La esperanza de su resurrección le hará ver que todos esos dolores pueden servir para que su carne goce m_ayores delicias. ¿Es el peso del trabajo lo que le abruma y le hace acabar presto con el ardor y frescura juveniles que pudiera alargar con una vida de más comodidad y re– galo? La esperanza de su resurrección le animará a seguir trabajando, convencido de que las gotas de su sudor pueden convertirse en perlas de una inmortal corona. ¿Es el frío que le entumece, el calor que le sofoca y las demás inclemencias del tiempo que le afligen? La esperanza de su resurrección le infundirá paciencia, recordándole que, en la nueva vida de los resucitados, no habrá frío, ni calor, ni nada que sirva de molestia a su cuerpo, sino que gozará de perfecto bienestar. ¿Teme la ancianidad que vendrá calladamente a su organismo para agotar sus fuerzas, desflorar sus ilu– siones e inclinarle hacia la tierra para que en ella en– cuentre su cumplido descanso? La esperanza de su re– surrección le alentará, trayéndole a la memoria aquel feliclsimo estado en que ha de entrar un día el buen cristli:mo; estado en que se disfruta de una juventud eterna. Sepa usted mirar tranquilo al porvenir y esperar se– reno la muerte, que, en el concepto cristiano, no es más que un sueño. Tenga fijas en la memoria las pa– labras del Santo .Job, que quiero repetirle en estos versos de uno de nuestros clásicos: -60-
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