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Esto nos trae la idea de lo que nos dice la fe, y es c.¡ue ese cuerpo que se corrompe, aunque no es más qUL' vil materia, como morada del espiritu inmortal, no mo– rirá para siempre. Un dia, por la virtud del poder de Dios, se alzará de su sepultura y gozará de una vida que no tendrá fin. Mire usted a Cristo, condenado a muerte, cubierto de heridas. Es clavado en la cruz y muere en ella entre los más horribles dolores e ignominias; pero, al tercer dia, resucita triunfante para no volver a morir. Cristo es el primogénito de todos los muertos. Su resurrección, prenda y modelo de la nuestra. Mire también al santo Job: victima de la más re– pugnante enfermedad, lleno de podredumbre, se veia ya al borde del sepulcro; pero en sus dolores hallaba refrigerio con estos pensamientos: «Yo sé que mi Re– dentor vive y que he de resucitar del polvo de la tierra en el último d!a y de nuevo he de ser revestido de esta mi piel y en esta carne veré a mi Dios. A quien yo mismo he de ver en persona y no por medio de otro, y a quien contemplarán los ojos mios. Esta es la es– peranza que tengo en mi pecho depositada.» ¡Qué horizontes de luz hay en estas palabras de la Sagrada Escritura! ¡Qué torrentes de consuelo fluyen de este dogma de nuestra religión católica! Fijese usted bien en estas frases y med!telas despa– cio : «Yo he de resucitar; mi carne ha de reflorecer... Aunque mi cuerpo se convierta ·en polvo, ha de. tornar de nuevo a la vida... Está es la esperanza que abrigo en mi corazón y que me alienta en todos los dolores y trabajos del destierro.» ¿Le molesta lá enfermedad que va minando su orga- -59-

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