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evadirse de la muerte. Cuando ella se acerca enviada por Dios no tiene más remedio que someterse a su imperio y rendirle su tributo. Aqui tiene usted el destino de nuestro cuerpo, de cuya perfección le hablé en mi última carta. Esta es la terril:ile amenaza que pesa sobre esta masa de barro que nuestro espiritu vivifica : un dia ha de convertirse en polvo. Por fuerte y hermoso que sea, está sujeto a la enfermedad, a las inclemencias del tiempo, a los ca· taclismos y trastornos de la Naturaleza, que, en un momento dado, le ponen al borde del sepulcro. Además, nuestro cuerpo envejece. Bien veo que usted está en plenitud de la vida. No obstante, en los ratos de amena conversación que tuve con usted en el bal nearlo de X pude apreciar en su cabeza algunas canas; canas que insensiblemente se irán multiplicando hasta que sus cabellos se vuelvan blancos como la nieve. En· tonces las arrugas surcarán su rostro, la debilidad se extenderá por todo su organismo, hasta que, al fin, el corazón ·deje de latir y caiga en brazos de la muerte. De una o de otra manera su cuerpo, como el de los demás hombres, será llevado a la tumba fria, donde encontrará su completa corrupción. Pero vea usted cómo el cuerpo del hombre muerto, destinado a convertirse en polvo, es venerado por los vivos como cosa sagrada. El lugar donde se entierran los fieles cristianos es bendecido por la Iglesia y debe respetarse como un templo. Es un «Camposanto». Des· de muy antiguo se llama «cementerio», palabra que, ~n su origen, significa dormitorio. Allf, bajo los brazos de la Cruz redentora, duermen, r ealmente, el sueño de la ·muerte nuestros muertos queridos, ante cuya tumba se depositan flores y se r ezan sentidas plegarlas. -58-

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