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después de terminar de describir la estructura del hom– bre exclamó: oNo es un libro lo que acabo de escri– bir; es un himno que acabo de entonar a la Divinidad.» El cuerpo del hombre es admirable en sus sentidos, los que nos ponen en comunicación con los demás seres del univers'o. Nuestros ojos recogen las vibraciones de la luz para transmitirlas al cerebro; y lo más sublime es que reflejan también la luz de la inteligencia, las energías de la voluntad, las afecciones del corazón. Ojos que r~en cuando el alma se alegra y ojos que lloran cuando el dolor vierte en nuestro interior su cáliz de amargura. Nuestros oídos perciben toda clase de sonidos; dis– tinguen las múltiples y variadas palabras de los hom– bres y todos los acentos musicales; por ellos venimos en conocimiento de las verdades de la fe, pues la fe, dice San Pablo, proviene del oído; recibimos las noti– cias que nos transmite la radio, y, en un momento, nos damos cuenta de cuanto de importancia acaece en el mundo· civilizado. Maravilloso es también el órgano de la lengua. Con ella se articulan toda clase de vocablos; se manifiestan al exterior las ideas de la mente, los sentimientos del corazón; se .dan órdenes, instrucciones, consejos ; se prorrumpe en armoniosos cantos; se elevan al cielo sentidas plegarias, con las que el Señor es glorificado. Considere ahora las manos del hombre. Ellas han lle– nado de maravillas el mundo. La obra de estas manos la proclaman los edificios, los museos, las fábricas, los talleres, hasta los campos y las montañas con sus la– brantíos, ·sus carreteras, sus vías férreas y otros pro– digios que sería prolijo enumerar. ~54~

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