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tra dicha. Bien lo expresó G. Gómez de Avellaneda cuan– do escribió : ¡ Tll eres, Sefior, amor y poesla! ¡Tú eres la dicha, la verdad y la gloria ! ¡Todo es, mirado en Ti, luz y armonfa ! ; Todo es, fuera de Ti, sombra y escoria ~ El cumplimiento de nuestro destino, como usted ve, nos pone en camino de nuestra felicidad, aunque esta felicidad no puede ser completa en este mundo. Se posee tan sólo en el cielo, donde veremos a Dios como es en sí, y quedaremos embriagados en el torrente de sus delicias. Pero el cielo no es sino el premio del serv1c10 de Dios en la tierra. Es absurdo aspirar a esa recompensa sin antes prestar a Dios nuestro servicio. Esto es querer subir a la cumbre de la montaña sin escalar su pen– diente. Vea, h ermano, cuán necesario le es cumplir su des– tino aquí en este destierro. Va en ello su eterna feli– cidad. Dios quiere ser por el hombre glorificado. Pero, si usted no le glorifica, Dios no pierde nada ; no nece– sita de nuestros servicios para ser eternamente feliz. El que pierde es usted, que se acarrea su desgracia. En último resultado, el fin supremo de la creación, que es la gloria de Dios, por encima de todo ha de cum– plirse en usted y en mí, como en todos los hombres. Si no queremos servirle para ir al cielo a cantar su divina misericordia tendremos que ser víctimas de su justicia. Piénselo bien : quiera o no quiera, cumpla la divina ley o la desprecie, sea justo o pecador, vaya al cielo o al infierno, llevará a cabo su destino de dar gloria -50-

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