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gida música ; vajilla fin!sima llevaba a su mesa los más sabrosos · manjares y generosos vinos; en suma: no negó a sus ojos nada de cuanto apetec!an ni vedó a su corazón que gozase de todos los deleites. Mas, tras el goce de estos placeres, oyó, en el fondo de su alma, la voz del desengaño, y sintiendo vac!o su corazón, ex· clamó con profunda tristeza : «¡Vanidad de vanidades, y todo es vanidad!» El segundo ejemplo lo puede usted ver en el célebre poeta inglés lord Byron, el cual, después de dar rienda suelta a sus pasiones, hastiado de la vida, a sus treinta y siete años, agotadas sus fu erzas por una vejez pre– matura, .efecto de sus vicios, decía a su propio médico poco antes de su muerte : «¿Crees que deseo la vida? Estoy asqueado de ella y bendeciré el día en que la deje. ¿Por qué la echarla de menos? ¿Qué placer puede proporcionarme?... Pocos hombres han vivido tanto co– mo yo. Yo soy positivamente un viejo. Apenas era to– davía uri hombre y ya habfa alcanzado la cumbre de la gloria. El placer lo he conocido en todas sus formas en que se puede presentar. He viajado, he satisfecho mi curiosidad, h e perdido todas mis ilusiones... » Es el mismo amargor del Eclesiastés. El mismo tedio de la vida de todos aquellos que no tienen por centro de su vida a Dios. Pues sin Dios, el placer, la gloria, la ciencia, la riqueza, todo es vanidad que ahoga el es– píritu. «¡Vanidad de vanidades, y todo es vanidad!» Añade el Kempis: «Si no servir y amar solamente a Dios.» Sólo en este amor y servicio está el reposo de nues– tro corazón, el camino de nuestra felicidad. Dios es la palabra que lo llena todo, es la cima de todas las cumbres humanas, el fin donde se halla nues- -49-
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