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sahe1· rle memoria los nombres de los sabios, de los estadistas, de los toreros, de Jos futbolistas y de las «estrellas» de cinc, ha de tener en su mente, en su co– razón y en sus labios el sacrosanto nombre de Dios. Con el conocimiento de Dios debe usted juntar su amor y servicio. Es preciso que ame a Dios y le ame sobre todas las cosas ; más que a su esposa y a sus hijos, más que sus bienes, sus fincas, sus placeres y comodidades. Antes que servir al mundo, a los hom– bres, a la patria, al propio interés y egofsmo debe ser· vir a Dios, que le ha creado t.an sólo para su servicio. Y si prescinde de este servicio, su vida está perdida. Inútiles serán sus pensamientos, sus palabras y sus obras si con esto no glorifica a Dios. Como ve, ni usted ni yo, ni ningún otro hombre cumplen con su destino con sólo conservar su existen– cia y seguir las leyes de la Naturaleza, como lo hacen las demás criaturas, que, de una manera imperiosa y constante, cantan la gloria de Dios. Usted tiene inteligencia y libertad. Y, de una manera consciente y libre, ha de rendir a Dios sus facultades y emplear su vida en el divino servicio. No crea que está en el mundo para vivir a su talante, para enrique· cerse, para ·atender a las necesidades de su casa y fa· milia, para ocupar un cargo en la sociedad, para gozar cuanto se ofrece a sus potencias y sentidos. Está en el mundo para servir a Dios viviendo en su divina amistad. Vea usted cómo puede conservase en el puesto de honor en que Dios le ha colocado al crearle. El servi– cio de Dios le realza y ennoblece. Con él contribuirá a dar vida a la grandiosa armonfa de todos los seres -45-

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