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te mayor con que el director de una fábrica manda a sus empleados. Y Dios, al crear y dirigir los seres del universo, les señala un fin al que necesariamente han de tender, por– que su divino poder es irresistible, su voluntad, omni– potente. Desde la humilde hierbecilla escondida en las zarzas del bosque hasta el astro de más brillantez y magnitud, todo ha de cumplir el mandato de Dios. Ray en toda la creación un fin común. Dios, Hacedor Supremo de todo cuanto existe, siendo en sí perfect1- . simo, no ha podido tener en sus obras sino un fin digno de sus infinitas perfecciones, y este fin no puede ser otro que El mismo. El ha querido comunicarse, darse a sus criaturas para que le alaben y glorifiquen. La gloria de Dios. Este es el fin supremo de toda la creación. El de usted y el m!o. Ya le diré en otra ocasión lo que debe hacer el hom· bre para tender a su fin y para realizar plenamente el destino que le es propio. Por ahora vaya pensando en cómo puede corresponder a los deseos de Dios, que le ha creado para su gloria. Esta gloria la pide el Señor de nosotros con justo derecho. R. Tagore, comprendiendo este destino del hom· bre, escribe: «Cada niño que viene· a este mundo dice: «Dios aun espera del hombre.» SL Dios espera del hom· bre: de usted, de rrií, de todos. Espera que le glorifi· quemos en nuestra vida, haciendo por que ésta sea cada día más perfecta, más agradable a sus divinos ojos. Entonces cumpliremos con nuestro destino, ha– bremos realizado nuestro programa, nos acercaremos al hombre ideal. Esto es lo que para usted desea su afectfsimo en Cristo Jesús FR. C. DE V,

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