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desconocen: todo esto es accidental en la vida. Lo que ante todo precisa es cumplir el destino que, como hom– bre, trae al mundo: desarrollar el programa que el Su– premo Hacedor le ha propuesto. Fíjese usted en las obras humanas. Todo tiene su destmo señalado por el hombre. Vea cómo el arqui– tecto, al construir un edificio, a cada pieza le asigna un fin particular. Aquí tiene usted la sala de recibir; allá un hermoso gabinete; más allá un despacho con su escritorio; muy · c~rca la biblioteca; del otro lado está el comedor, amplio y cómodo; detrás, las alcobas. Tal vez haya también un devoto oratorio, y acaso no falte tampoco un salón de baile. Lo mismo podemos decir de un . director de fábrica. · A un empleado le destina para jefe de la oficina; al otro para contable; a éste, para simple escribiente.. Aquel obrero es el encargado del principal mot'Or; el otro, de manejar una rueda complicada. Hay quien agen– cia las materias primas y quien procura la exportación de los productos. En fin, cada uno tiene su puesto, su destino propio al que debe dedicar sus energías. su ta– lento y su fuerza para cumplir con su deber y hacerse digno del sueldo que se le ha asignado. Dios, como divino arquitecto, ha construido de la nada el grandioso, el inmenso edificio del universo con todos sus mundos inmensurables, que, en admirable orden y conciertó, giran por el espacio. Entre ellos está la tierra que habitamos, la cual se halla poblada de inconta– bles maravillas, y, con todo, es bien pequeña compa– rada con los astros ·de primera magnitud, como el sol, que es un millón trescientas mil veces mayor que ella. Dios también, después de crear esos mundos sin nú– mero, dirige sus movimientos con acierto inflnltamen- -w-

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