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voluntad de vivir conforme a la idea de Dios, de prac– ticar las buenas acciones que labran nuestra perfección. Hay quien va por doquier dando muestras de su faus– to, de su cultura, de su talento; quien deslumbra por su finura y extremada elegancia, y, sin embargo, lleva un corazón corrompido. En su interior mantiene un pu– dridero por más que vaya exhalando perfumes. En cambio, mir.e usted ese pobre hombre del cual nadie hace caso. Su · indumentaria está descolorida y rota; su rostro curtido, su cabello despeinado. Será tal vez un humilde obrero que marcha o viene de su tra– bajo; acaso, un mendigo que pide limosna. Usted no ha penetrado en su alma ni en su corazón. Tan sólo Dios los ve. Y Dios se da cuenta de que esa alma es noble, y que ha sido embellecida por las buenas accio– nes, por sacrificios constantes. Dios mira también su corazón, y lo encuentra lleno de pureza, de generosi– dad, de buenas intenciones. Este hombre sólo aspira a ennoblecer su vida con el cumplimiento de la voluntad de Dios. Acaso cueste creerlo, pero ese hombre es un hombre modelo. Un hombre ideal. Entre todos Jos hombres que han vivido sobre la tierra ha habido uno, pobre y humilde, pero recto, puro y bueno. Tan bueno que nadie ha podido serlo más. Nadie corno él amó a los hombres y se sacrificó por ellos. Mas gente perversa le persiguió hasta llevarle ante un juez sin conciencia para conseguir de él la condena de muerte. Aquel juez indigno, conociendo la inocencia del reo, quiso librarle, y para ello, antes de pronunciar contra El su sentencia, le sometió a una serie de tormentos por ver si sus enemigos, mirándole tan dolorido, se - 36 -
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