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pobres ciegos sin guía, y, naturalmente, tienen que tropezar y extraviar el camino. Y no sólo hay quienes desprecian las verdades de la fe, sino hasta los dictámenes de la recta razón. Las torcidas inélinaciones de la naturaleza corrompida son las conductoras que los llevan por el camino de la vida. Estos no viven sino como seres irracionales, que tan sólo se mueven al impulso de su ciego instinto. Verá usted a no pocos que, dando de mano a la Moral , se echan en brazos de la codicia y no piensan más que en el dinero, ante el cual se rinden <'omo si fuera su dios, y por eso no reparan en injusticias. en desórdenes y hasta en crímenes por enriquecerse. Observará a otros muchos que, fascinados por el bri– llo de los placeres del mundo y de la vida, sueltan la hrida de sus deseos y se r evuelcan en el cieno de la lujuria. No parece que tienen otro ohjeto ni otro idE>al t>n su vida que el goce de los sentidos. Se dará cuenta de que una gran mayoría que pare– cen honrados no hacen sino afanar&' por el pan de cada dia: todas sus aspiraciones están fijas en el cam– po, en la fábrica, en el taller donde trabajan o en la tienda, en el despacho, en la oficina donde están em– pleados o tienen sus negocios, sin preocuparse de las necesidades del espíritu sin reflexionar sobre las pala– hras de J esús, que dice: «No sólo de pan vive el hom– bre.» En suma, conocerá usted a quienes viv€n sin religión alguna , por lo menos en la práctica, porque si tienen fe, es como si ,no la tuvieran. Van pasando la vida en completo olvido de Dios, sin elevar al cielo plegaria alguna, sin ningún contacto con el mundo sobrenatural, sin acordarse del · oficio, qtie Dios ha encomendado a -30.-

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