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después de su meditación, se quedará repitiendo en su interior : «Soy más grande que la tierra, el mar y el cielo... Con mi pensamiento Jo abarco todo... Yo puedo conocer los seres que, en torno mío, contemplo, y, sobre todo-, puedo conocerme a mí mismo y darme cuenta de mis actos. Hay en mí algo que no es simple materia compuesta de moléculas, átomos o electrones... Algo que, vivificando mi cuerpo, me eleva sobre todo lo creado... Algo que es un r eflejo del rostro de Dios.» Es verdad que, en el orden material, el hombre, com– parado con la inmensidad de la tierra, el mar y el cielo, no es más que un átomo diminuto; pero Dios mira con mucho más agrado este ser tan insignificante en cuanto a la materia que los mundos inmensurables que giran en el espacio, porque sólo él es capaz de conocerle, amarle y rendirle adoración. «Dios ama más la luz de las lamparitas de los hom– bres que sus grandes estrellas.» (R. Tagore.) En el hombre se concentra todo el universo como en un foco adonde convergen todas las luces, como en un instrumento, donde se producen todas las armonías. Dios lo ha hecho para que le alabe y glorifique en nom– bre de toda la creación. <<El hombre--escribe Gay-es, en el universo, la pu– pila de los seres que no ven, el corazón de los que no sienten, la lengua de los que no hablan.» Sepa usted estimarse en lo que es viviendo como cria– tura de Dios, que ha sido hecha para amarle y servirle. Dése cuenta de que el hombre ha de cantar la gloria de Dios en nombre de Jos seres que no pueden cono– cerle, y así podemos decir que todas las cosas vuelven a él su mirada y esperan de él la dirección hacia su divino Hacedor. -26-

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