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a estrellarse en las rocas ... Considere las incalculables miríadas de gotas que se encierran en esas inmensas profundidades y latitudes... Pondere los secretos y te· soros que se esconden en el fondo de esos abismos... ¡Cuánta grandeza! ¡Qué espectáculo tan admira– ble!. .. Pero no olvide usted que toda esa grandiosidad no es, ni eon mucho, comparable a su dignidad y a la mía. Este mar no sabe nada de la grandeza y majes· tad que nosotros en él contemplamos sentados en esta roca. Ya puede usted, emocionado ante esta .maravilla de Dios. elevar su espíritu, dicendo: ¡Yo soy más grande que el océano! Aguarde usted todavía un momento, que está para cerrar la noche... El sol se ha hundido en el ocaso... La oscur.idad envuelve la tierra con su manto de som– bras... Vuelva los ojos al cielo y fijelos en su bóveda azul, salpicada de puntos luminosos. Son las estrenas, esos gigantescos, inmensurables globos de luz, que, en admirable concierto giran en torno unos de otros... Son hermosos, brillantes, de incomparable magnitud ; pero en ellos no hay más que materia, materia que rueda y alumbra; sin luz de inteligencia , sin concien· cia de sus giros .v movimientos. Esa luz brilla en nues· tras miradas mientras quedamos absortos en su con– templación. Tenemos facultad para observar y cono– cer sus leyes inmutables. También, por consiguiente, a vista del firmamento. puede usted alzar su voz para decir: ¡Soy más grand<' que el cielo azul tachonado de estrellas! ¿Se ha dado usted cuenta del alcance de mis pala· bras'! .. . Medite bien las ideas en ellas expresadas y, -25-

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