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to salido del mismo pecho de Dios, en In que se refle– jan sus divinas perfecciones. Considérese usted colocado por Dios en la tierra so– bre un nivel mucho más elevado que todos los demás seres desprovistos .de razón, y que es mucho más grande que todos ellos. El hombre es el rey del universo, el sacerdote del vasto templo del mundo, cuya bóveda es el cielo azul sembrado de estrellas. Reflexione usted un instante sobre estos pensamientos, que son dignos de reposada meditación. Venga l.lSted conmigo... Salgamos al campo en las alas de la imaginación... Mire esa pradera matizada de flores ... Tienda su vista a las mieses que ondean a la derecha como mar de oro... Observe aquel bosque· de gi– gantescos árb9les... Fíjese en aquella montaña ingen– te... Contemple el retozo de las bestias en esa selva .. . Escuche el canto de las aves que gorjean en la enra– mada ... Deténgase ante ese arroyuelo que baja del mon– te suscitando sonoro murmullo ... Todo eso es bello, grande, sublime. Pero ninguno de esos seres que cautivan nuestros sentidos sab.e dar razón de sus actos porque todos cae recen de la inteligencia y de la palabra. Sólo usted y yo ..., sólo el hombre, posee esa facultad excepcional y maravillosa. Por eso, ante ese espectáculo que la Naturaleza le ofrece debe usted reconocer su dignidad y exclamar con santo orgullo: ¡Yo soy más grande que la tierra con todas sus maravillas y hermosuras ! Acompáñeme ahora, que vamos al mar... Sentémonos eri ese cantil, desde donde, corno en un balcón, se do– mina la dilatada planicie de las aguas azules... Vea las olas coronadas de espuma, que vienen una tras otra -24 -
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