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sobrenatural, en el cua¡' hubiera habido, en nosotros. perfecta armonía, sin embargo, el pecado nos ha de– jado en estado tal, que no podemos menos de lamen– tarlo durante toda nuestra vida. En todo hombre hay dos marcadas tendencias. El barro se inclina a la tierra de la que fué formado ; el vital aliento que lo vivifica siente ansias de volar al encuentro de Dios. De ahí el origen de esta lucha que experimentamos en nuestro interior, y, corno usted dice, hay en nosotros «aspiraciones de ángel e instintos de bestia». Esta lucha nos la pone de manifiesto San Pablo di– ciendo que la carne combate contra el espíritu. Tam– bién la patentizan otros escritores profanos, entre los que le puedo a usted recordar a Goethe, que en su in· mortal Fausto pone en boca de Mefistófeles, que ha– bla, con el Señor, del hombre representado en el pro– tagonista de la obra, estas palabras: . «Quiere las estre– llas más hermosas del cielo y anhela toda sublime vo– luptuosidad de la tierra, y de lejos ni de cerca nada podría satisfacer las insaciables aspiraciones de su pe– cho.» El mismo Fausto manifiesta esta lucha interior cuando dice< «Hay en mí dos almas, y la una tiende a separarse. de la otra; la una, apasionada y viva, está apegada al mundo por medio de los órganos del cuerpo ; la otra, por el contrar io, lucha siempre por disipar las ti nieblas que la· cercan y abrirse camino para la man– sión etérea.» En medio de esta triste realidad ha de saber usted sacar triunfante al espíritu sobre la materia, y para esto no se olvide de la imagen de Dios impresa en su alma. No oscurezca usted este destello de Jo infinito. Este divino reflejo que en su interior abriga no debe -21-

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