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cumbre y luego descubre otra y a ella pretende ele– varse pnra abarcar con sus ojos nuevos horizontes y respirar un aire más puro y confortante. Como el joven de la leyenda de Longfellow debe us– ted ir subiendo la pendiente de la vida sin desfallecer hasta llegar a la meta. Vea usted a ese joven subir los montes de los Alpes en medio de las sombras de la noche entre la nieve, llevando una bandera donde se lefa esta divisa : Ex– celsior! Más nrriba. En su frcnt.P y en sus ojos se reflejaba la tristeza, pero fijas sus miradas en el cielo, seguía caminando sobre la nieve, dejando escapar de sus labios este grito: Excelsior! En un pueblecillo cercano divisó la luz de los hoga– res, en donde había calor, comida, reposo. Esto le hizo vacilar un momento, pero de nuevo lanzó su voz, que repitieron los ecos de las montañas: Excelsior! Se oyeron luego voces halagadoras: un anciano que le auguraba en las cumbres tempestad de nieve y en cambio le ofrecía abrigo en las casas; una doncella que le brindaba su amor y unos labriegos que le ame– drentaban con el presagio de avalanchas de nieve que podían envolverle. Pero él, ascendiendo siempre, con– testaba cada vez con más fuerza: Excelsior! Despuntaba el día ; mientras los monjes de San Ber– nardo hadan su plegaria matinal, resonó este grito de esperanza: Excelsior! Después fué hallado el cadáver del joven que, en– vuelto en la nieve, apretaba entre sus manos heladas la bandera con la extraña divisa : E xcelsior! Al atardecer, mientras se veía el cuerpo del joven -201-

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