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demos encontrar en la tierra, y, sobre todo, la ensefia Cristo, Verdad eterna, en su Santo Evangelio, el cual nos habla con toda claridad de los dos destinos o vidas · eternas que hay más allá de la tumba. Esta vida de ultratumba se nos presenta como una esfinge amedrentadora, como un mundo envuelto en los velos del misterio; pero el temor de entrar en ella se mantiene en todos los corazones, como lo declara el gran dramaturgo inglés en su inmortal Hamlet: ¿Quién-'dice-,aguantaria los ultrajes y desdenes del mundo, la injuria del opresor, la afrenta del soberbio, las 'congojas del amor desairado, las tardanzas de la injusticia, las insolencias del poder y las vejaciones que el paciente mérito recibe del hombre indigno, cuando uno mismo podría procurar su reposo con un simple estilete? ¿Quién querría llevar tan duras cargas, gemir y sudar bajo el peso de una vida afanosa, si no fuera por el temor de un algo después de la muerte-esa re– gión ignorada cuyos confines no vuelve a traspasar viajero alguno--, temor que confunde nuestra voluntad y nos impulsa a soportar aquellos males que nos afli· gen, antes de lanzarnos a otros desconocidos?» Y nuestra vida de ultratumba será buena o mala, se– gún sean nuestros merecimientos en nuestra vida del tiempo. Esta vida de ahora no es más que una prepa– ración para esa otra inmortal que hay después de la muerte. Es un estado transitorio que el Señor nos con· cede a fin de que nos dispongamos con él para el de– finitivo e inmutable de la eternidad. Es un campo de lucha, en donde podemos triunfar o ser derrotados;. mas después de esa lucha estaremos gozando siempre del 'triunfo, o hemos de ser víctimas de una derrota perpetua. Es el tiempo de Prueba en que el hombre -·196-

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