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mirada amorosa y filial a esta Reina soberana, nuestra dulce Madre del cielo. Sí, mirela usted con una mirada honda y penetrante que le sirva de estímulo y de consuelo en las crisis dolorosas del alma, ·y entonces Ella sabrá mirar a usted con ojos henchidos de amor y de ternura, con lo que habrá de alzar en su corazón santos deseos de ser bueno y una firme esperanza en su bondad y miseri· cordia. Le repito : mire usted a la Virgen en todo tiempo y circunstancia de la vida ; pero, sobre todo, cuando le cueste la práctica de la virtud o se sienta abrumado por el peso del propio deber, pues Ella sabrá infundirle aliento a fin de que no desfallezca en la jornada. Mire a la Virgen cuando llegue la hora de la tenta– ción y la barca de su alma se vea agitar entre las olas_;· y esta mirada será una fuerza que le mantendrá firme en sus propósitos de conservar ·la pureza de su alma. Mire a la Virgen si alguna vez tiene la desgracia de ,caer en pecado, y esta mirada será capaz de sacarle del abismo de sus ruindades. La Virgen será entonces su refugio y su consuelo, que llenará su corazón de la gracia de Dios. De este modo, viviendo a la mirada de la Virgen, co– mo un buen hijo a la mirada de su madre, notará en todo su ayuda; su protección, su ternura. E, inundado de alegria por la presencia amorosa de este divino ideal, sabr:t dirigirle desde el fondo del alma estos ver– sos de un poeta muy devoto suyo: Eres astro que alumbra y que no ciega, amor que siempre acrece y nunca muere, lluvia que alegra el prado y no 'lo anega, mano que siempre ~ura y nunca hiere. -193- 13
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