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pecado original; pero la necesidad de dirigir a Ella mis rezos no nació de este pensamiento, sino de las • llamas y rescoldos de mis propias pasiones. Cuando de ellas se recibe, como es natural , la amargura de un gran desengaño, hace falta que surja algún estimulo o con– suelo que de nuestra caída nos levante, so pena de degradación definitiva. Ninguno hay comparable al in– flujo que, en tales casos, puede ejercer sobre nosotros una sombra blanca, una belleza moral pura que nos redima al recordarnos que también somos suyos, que no nos deje caer sin reprendernos y hacernos avergon– zar de nuestra caída y que sostenga, en nosotros, el respeto al ideal, hasta que venga, finalmente. en la hora de la muerte, si lo hemos obtenido, a cerrarnos los ojos.» (Ramiro Maeztu.) Ahonde usted en estos pensamientos: la Virgen Ma– ría, además de ser para los hombres un estímulo que nos invita a purificarnos de nuestros pecados y a ejer– citarnos en las virtudes cristianas, es también, en las horas de desolación interior, cuando uno se ve abru– mado por el peso de sus miserias, el más dulce y con– fortador consuelo. La Virgen, con ser toda pura y hermosa, con estar tan cerca de Dios por su eminente santidad, no no.s rechaza al vernos manchados por la culpa; nos recuer– da .que aun así somos suyos, hijos queridos de su co– razón. Y, para que nos acerQuemos a Dios y El nos reciba benigno, hace con nosotros de intercesora y abo– gada, y sigue diciéndonos que, a pesar de nuestras miserias, ella es nuestra Madre, y, como Madre, no desea sino nuestro bien y felicidad. Todo esto, hermano mío, ha de moverle a tender su -' 192-

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