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en nuestro corazón cuando tenemos fija en el alma esa 'soberana belleza. La Virgen es la llena de gracia, y esa gracia que la circunda como vestido de luz celeste hace que el bri– llo de su santidad sea para nosotros un estimulo para trabajar por adornarnos interiormente con las precio– sas joyas de las virtudes cristianas. Mas, como estamos formados de frágil barro, por lo que nos vemos expuestos a rodar y caer por el abismo de nuestras miserias, este divino ideal de pureza, con su celeste claridad proyectada en nuestro espíritu, es muy a propósito para levantarnos y ennoblecernos des– pués de la calda. El hombre que llevado del ímpetu de sus pasiones, olvidado de Dios, amortiguada en su corazón la luz de la fe. se ve sumergido en el fango del vicio. si tiende su mirada a esta soberana Virgen no podrá menos de sentir un hondo reproche en el fondo de su conciencia que le mueva a salir de su miserable estado. Una Virgen toda pura, toda hermosa a los ojos de Dios. es capaz de infundir, al que va extraviado por la vida, ardientes deseos de regeneración espiritual. Su pureza sin mancha es una reprensión la más expresiva del desenfreno de las pasiones; su eminente santidad, la invitación más clara a una vida sinceramente cris– tiana. Un hombre que en su juventud estuvo un tanto ex· traviado de la r eligión católica, aunque Juego se con– virtió· sinceramente a Dios y tuvo la dicha de morir mártir de sus ideales cristianos, escribe lo siguiente: «Siempre juzgué lógico que la Encarnación se pre· parase su advenimiento limpiándose el camino y es- · cogiendo para ello una mujer inmaculada y libre de -191-
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