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mi vida corriente, sin estas eavilaciones que usted me aconseja.» No se apure usted tanto, mi querido amigo. Vamos por partes. Al aconsejarle que entre en su interior y piense en sí mismo, no tenia intención de decirle que se entre– gara de lleno a la contemplación del mundo sobrenatu– ral. Usted trabaja mucho y necesita esparcir el ánimo con sus amigos en el café o en otro sitio de honesta recreación. Basta · que unos momentos al día reflexio– ne sobre su alma, entre en su conciencia, eleve al cielo su corazón y cumpla con sus deberes de criatura racional, que no es un,a máquina, sino que ha de darse cuenta de sus actos, y, sobre la vida de Jos sentidos, ponga la vida del esp!rltu. No me extraño del caos indescifrable que advierte en su interior. Esto lo experimentamos, más o menos, todos los hombres. Pero usted no está acostumbrado a tales r eflexiones, y por eso, al entrar en sí mismo, no ha notado más que tinieblas. No se espante si encierra en su ser grandeza y pequeñe?:, «aspiraciones de án– gel e instintos de bestia», como usted dice. Esto es el hombre. Por eso es tan interesante su estudio. El hombre es llamado «microcosmos» : un mundo en· pequeño. Y el estudio de este pequeño mundo que lla– mamos hombre, con sus energías, sus facultades, sus cieseos y aspiraciones, sus virtudes y sus vicios-eréa– me usted--es más vasto y complicado que el mundo material con su inmensidad. Además que es el más importante y necesario en nuestra vida. Conocer Jos animales y las plantas; saber las cua– lidades de los metales ocultos en las montañas y los tesoros que· guarda el mar en sus abismos, cierto que -19-

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