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ces la mirada de su espíritu a su interior, donde está Cristo como en el Sagrario, y siente, en aquel rr¡omento, una gran fuerza para apartarse de esas seducciones. diciendo: «Jesús va conmigo.» Vuelve a su casa; en ella se encuentra con serios conflictos: la divergencia de carácter de su esposa; los disgustos de los hijos que no corresponden a sus desvelos;_ tal vez una carta inoportuna; acaso algún apuro económico que en gran manera le contraría. Ex– perimenta por ello movimientos de impaciencia, quizá de ira; pero los refrena y se abraza con su dolor con este pensamiento: «Jesús va conmigo.» Entra en la oficina y se pone en la mesa de su des– pacho;_ allí el trabajo le abruma; piensa que podría llevar una vida más cómoda y regalada, sin tantas com– plicaciones como le trae su empleo o negocio; pero se somete a la voluntad de Dios, que pide nuestro esfuer– zo en el trabajo, con el recuerdo de la comunión, repi– tiendo en su alma : «Jesús va conmigo.» Está usted solo, quizá descansando. Su imaginación, dando vueltas como rueda de molino, viene a parar en representaciones que le inducen al pecado. Se acor– dará de las invitaciones de los amigos al placer, de los goces que el mundo le ha pfrecido y que, en otras oca– siones, ha disfrutado; pero se esforzará por rechazar las sugestiones del mundo, del demonio y de la carne haciéndose· esta reflexión : «Jesús está conmigo. Me he alimentado con el Pan de los "fuertes... Soy, por la comunión, sagrario viviente, y jamás debo profanar con el pe(!ado esta mansión, que ha albergado a mi Dios y Señor.» «El que. "come este Pan, según Jesucristo, tendrá la vida.» Y como tiene la vida, su alma no habrá de ·pere- :_ 188-

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