BCCCAP00000000000000000000257

'1 r vida de pecado. Tampoco se extrañará de sus caídas, pues él no es ángel, sino hombre como usted, sujeto a las mismas debilidades de todos los humanos. Cono· ce, por experiencia, lo que es el hombre, el mundo y la vida; y sabe que caballeros de buen corazón, de con. ducta intachable, al parecer, como usted, ptieden tener sus miserias. Por otra parte, no desconfíe de la misericordia de Dios. Piense en la buena acogida que el padre de la parábola evangélica dió al Hijo Pródigo, que, después de gastar toda su fortuna en la disipación de los pla· · ceres, volvía hecho un guiñapo, desfallecido de hambre y de miseria. Al verle de lejos el padre le reconoció en seguida y se fué corriendo hacia él para echarle los brazos al cuello y darle mil besos. Esto mismo hará Dios con usted si le pide perdón de sus extravíos. No tema tampoco las nuevas caídas. Si usted se vuel· ve de verdad a Cristo, El también le dará su mano, como a San Pedro, cuando, vacilante en la fe . sentía hundirse en el mar. Si la tempestad de la culpa le azota fuertemente , si por la seducción del mundo y de la vida o por el impe· tu de las pasiones siente dificultad para llegar al Maes· tro, haga un esfuerzo por clamar con San Pedro: «Se· ñor, sálvame... Ten misericordia de mi. No permitas que perezca entre los remolinos de la culpa.» Y, si mil veces llegara a caer, jamás en la vida ha de desesperarse, sino arrodillese una y otra vez a los pies del confesor para contarle sus miserias; y una y otra vez también llame a Cristo con fe viva, con humilde COJ;lfianza, que le haga atender a su ruego, diciendo: «Señor, salva mi alma, que perece entre las olas... ¡Mi· -178-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz