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Hermano mío, comprendo esa lucha interior que us– ted ahora sostiene. Es la ·lucha de la luz con las tinie– blas. La gracia combate éon las pasiones y la instiga– ción del demonio, que no quiere soltar su alma. Pero' confío que, al fin, triunfará la gracia y volverá usted al abrazo de Dios. Un poco de ánimo y esfuerw, y, sobre todo, mucha confianza en la divina misericordia es Jo que usted .al presente necesita. Cierto que ha· naufrago en la vida y este naufragio ha revestido seria gravedad; pero no hay que desma– yar: por pecador que sea el hombre, mientras boga por el mundo, siempre tiene en su mano un remedio para evitar el naufragio y volver de nuevo a la vida de la · gracia, recobrando la nobleza y hermosura de su alma. Vea usted lo que ocurre cuando, en medio del mar, un buque sufre una avería y está a punto de naufra– gar. Los navegantes, ante el peligro de verse sumer– gidos en el fondo del agua, exclaman a grandes voces: ¡El salvavidas! ¡ ¡El salvavidas! !... Y a falta de sal– vavidas se asen fuertemente a cualquier objeto que flote en el agua, aunque sea un mísera tabla, y asf puedan librarse de caer en el fondo del mar. También para los pecadores, pobres náufragos en la vida, hay un salvavidas potente y eficaz con el que usted puede salir a flote ahora y siempre que se vea envuelto en las inmundas oleadas de la culpa. Este salvavidas es la confesión. Ella es llamada grá– ficamente por la Iglesia tabla de salvación para des– pués del naufragio. Cualquiera que, después de pecar, recurre a ella, recobra la gracia de Dios y vuelve a ser heredero dél reino eterno de Jos cielos. La Confesión es el medio más fácil, más humano, más suave, y ai mismo tiempo más poderoso, que la divina -176-
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